martes, noviembre 14, 2006

Me he sentado en el autobús al lado de una mujer de edad indefinida; iba ella con los cascos y apena nos hemos cruzado un par de miradas.
Unas paradas después me ha llegado el aroma de algo muy lejano, de mi infancia, un olor exacto y definido de algo que yo asociaba con mi madre. He cerrado instintivamente los ojos, para capturar con más definición ese olor, y sí, estaba allí, un olor entre fresco y suave, un olor a nada en concreto, pero un olor de infancia. Apenas unos segundos después el olor se ha desvanecido y a pesar de que he vuelto a cerrar los ojos para ver si conseguía reproducir nuevamente la sensación, el olor se ha difuminado.
Ya era de noche y la mujer y yo seguíamos en el mismo sitio.
Llegando a Gal·la Placídia se ha dirigido a mí para preguntarme cuál era la parada para poder llegar a Fontana; en inglés; con esa naturalidad de los ingleses para hablar en el extranjero casi sabiendo que les entenderán. Era sin embargo muy educada, le he indicado cómo llegar y nos hemos despedido.
Yo he seguido pensando en ese olor. Ella, no lo sé.