sábado, junio 17, 2006

Irene

En lo más alto de una de las siete colinas de Barcelona, hoy he ido a despedir a Irene.
Hay allí un nuevo tanatorio, de grandes ventanales, con vistas a la gran ciudad y el mar al fondo. Al pie del edificio, un manto de lavanda enloquecida pintaba de lila los pies del mismo.
Pero eso no es lo importante, Irene tenía 6 años.
Yo nunca había ido al entierro de un niño. El ataúd blanco, la mirada de su padre que casi me consolaba más él a mi que yo a él, los llantos, la muñeca al lado del féretro.
La ceremonia que no ha sido religiosa ha empezado con el Adaggio de Albinoni tocado por un cuarteto de cuerda que se encontraba allá también.
Mientras me mordía los labios para dejar de llorar y dejar de parecer una imbécil he abierto el recordatorio por hacer algo:

"La brujita Tapita vivía en un tapón,
que no tenía puertas
ni ventana ni balcón
la brujita Tapita hacía brujerias..."

Después, un padre amigo ha leído una carta a Irene y ha conseguido aguantar hasta casi el final, los "besos de colores" se le han quebrado cayendo por el suelo.

Los organizadores han leido otro cuento: uno donde Irene era la protagonista y con su caballo volador y su oso en el bolsillo buscaba ese mundo sin dolor y sin medicamentos. Cuando cerraba los ojos el mejor de los mundos aparecía ante ella. Y finalmente lo encontraba.