domingo, enero 15, 2006

Begur

En Begur, a principios de septiembre los manzanos empiezan a dejar caer sus manzanas. Más por el viento que por otra cosa. En Begur sopla la tramuntana, el viento del norte que viene acompañado de aire limpio y cielos claros.
Begur se encuentra en la provincia de Girona, dentro de lo que Pla llamó "Empordanet", su comarca es el Baix Empordá.
La luz que envuelve esa parte de territorio es una luz limpia y clara; un tiempo lluvioso en invierno y aventiscado el resto del año, confiere a esa parte del mundo una luminosidad envidiable. He ido siempre hasta allá desde que tenía 7 u 8 años y nunca he dejado de ir a excepción del año pasado. Begur se encuentra sobre una colina, con un castillo con una vista de locura sobre el golfo de Rosas. Dicen que en días especialmente claros puede verse las Baleares, pero en cualquier caso, sólo con la visión de las Medes es suficiente.
Allá vivía una pariente lejana de la que recuerdo que cuando ya no me recordaba, -nos paramos en la calle y la saludé afectuosamente y ella no supo quién era-, algo de mi se fue con ella.
Es un pueblo pequeño, lleno de turistas y ricos de buen ver, pero a mi me gustan los que son del pueblo: oscuros y de carácter solitario y huraño.
Me gustan las playas del Sur de Begur: Fornells, Aiguablava y Platja Fonda. La primera, un embarcadero solitario en pleno camino de ronda donde se encuentra el mejor hotel del mundo: el hotel Aiguablava, con una terraza frente al mar perfecta y en el que pasé tanto veranos junto a mi tía; Aiguablava donde me bañé por última vez con mi tía y donde de pequeña me bañé también bajo la lluvia con mi padre y Platja fonda, la playa de roca i piedras a la que sólo puede accederse a través de unas largas y empinadas escaleras.
Creo que sin duda eso, y mucho más que eso, forma parte del paisaje natural al que en buena medidad le debo lo que soy.