lunes, enero 31, 2005

El quinto sentido


epifanía


Hace un momento estaba pensando qué podía escribir cuando he arrugado la nariz (cosa que hago con frecuencia) y me he transportado de golpe al primer olor que soy capaz de recordar. A saber: el de la papilla de cereales que me preparaba mi madre mientras me leía Las siete cabritas y el lobo.
Hasta hace pocos años, de vez en cuando, aparecía de repente ese aroma dulzón que llevaba incorporado una temperatura más bien cálida. No recuerdo el cuento, sí el lugar, al lado de la cocina, y el olor también: se me ha quedado poderosamente.
Después creo que viene el olor de las croquetas, justo cuando las freía mi madre los sábados por la mañana, escuchando a Montserrat Fortuny y su Felicitaciooooooooooón, Felicitaciooooooooooón, Felicitaciooooooooooones. Programa dedicado obviamente a felicitar los cumpleaños de los seres más allegados.
Después, ya más adelante y aún en la infancia, el olor de los fresones recién cogidos por un payés cerca de casa, en verano, porque entonces sólo había fresones en verano. Aunque aquí mezclo el olor con el sabor: aquel buen hombre, sacaba dos o tres de la tierra, los limpiaba un poco y yo me los comía, feliz, feliz.
Y aún en la infancia también, aunque me acompaña siempre: el olor de los cajones de la ropa de mi tía. Un olor a limpio y a jabón, que me llevé en una cajita de su casa, el día que se murió, hace más de tres años, y que milagrosamente, a fuerza de abrirla muy de tanto en tanto, todavía conserva ese olor a vida junto a un dedal, unos anteojos y un carnet de identidad con la fecha de nacimiento equivocada.
Pero y vosotros, ¿qué olor de la infancia os acompaña? Contádme.